jueves, 19 de mayo de 2011

Elogio a la mujer brava

   Estas nuevas mujeres, si uno logra amarrar y poner bajo control al
burro machista que llevamos dentro, son las mejores parejas.
    A los hombres machistas, que somos como el 96 por ciento de la
población masculina, nos molestan las mujeres de carácter áspero, duro,
decidido.Tenemos palabras denigrantes para designarlas: arpías, brujas,
viejas, traumadas, solteronas, amargadas, marimachas, etc. En realidad, les
tenemos miedo y no vemos la hora de hacerles pagar muy caro su desafío al
poder masculino que hasta hace poco habíamos detentado sin cuestionamientos.
A esos machistas incorregibles que somos, machistas ancestrales por cultura y
por herencia, nos molestan instintivamente esas fieras que en vez de
someterse a nuestra voluntad, atacan y se defienden.
    La hembra con la que soñamos, un sueño moldeado por siglos de
prepotencia y por genes de bestias (todavía infrahumanos), consiste en una
pareja joven y mansa, dulce y sumisa, siempre con una sonrisa de
condescendencia en la boca. Una mujer bonita que no discuta, que sea
simpática y diga frases amables, que jamás reclame, que abra la boca
solamente para ser correcta, elogiar nuestros actos y celebrarnos bobadas.
Que use las manos para la caricia, para tener la casa impecable, hacer
buenos platos, servir bien los tragos y acomodar las flores en floreros.
Este ideal, que las revistas de moda nos confirman, puede identificarse con
una especie de modelito de las que salen por televisión, al final de los
noticieros, siempre a un milímetro de quedar en bola, con curvas increíbles
(te mandan besos y abrazos, aunque no te conozcan), siempre a tu entera
disposición, en apariencia como si nos dijeran "no más usted me avisa y yo
le abro las piernas", siempre como dispuestas a un vertiginoso desahogo de
líquidos seminales, entre gritos ridículos del hombre (no de ellas, que
requieren más tiempo y se quedan a medias).
    A los machistas jóvenes y viejos nos ponen en jaque estas nuevas
mujeres, las mujeres de verdad, las que no se someten y protestan y por eso
seguimos soñando, más bien, con jovencitas perfectas que lo den fácil y no
pongan problema. Porque estas mujeres nuevas exigen, piden, dan, se meten,
regañan, contradicen, hablan y sólo se desnudan si les da la gana. Estas
mujeres nuevas no se dejan dar órdenes, ni podemos dejarlas plantadas, o
tiradas, o arrinconadas, en silencio y de ser posible en roles subordinados
y en puestos subalternos. Las mujeres nuevas estudian más, saben más, tienen
más disciplina, más iniciativa y quizá por eso mismo les queda más difícil
conseguir pareja, pues todos los machistas les tememos.
    Pero estas nuevas mujeres, si uno logra amarrar y poner bajo control
al burro machista que llevamos dentro, son las mejores parejas. Ni siquiera
tenemos que mantenerlas, pues ellas no lo permitirían porque saben que ese
fue siempre el origen de nuestro dominio. Ellas ya no se dejan mantener, que
es otra manera de comprarlas, porque saben que ahí -y en la fuerza bruta- ha
radicado el poder de nosotros los machos durante milenios. Si las llegamos a
conocer, si logramos soportar que nos corrijan, que nos refuten las ideas,
nos señalen los errores que no queremos ver y nos desinflen la vanidad a
punta de alfileres, nos daremos cuenta de que esa nueva paridad es
agradable, porque vuelve posible una relación entre iguales, en la que nadie
manda ni es mandado. Como trabajan tanto como nosotros (o más) entonces
ellas también se declaran hartas por la noche y de mal humor, y lo más
grave, sin ganas de cocinar. Al principio nos dará rabia, ya no las veremos
tan buenas y abnegadas como nuestras santas madres, pero son mejores,
precisamente porque son menos santas (las santas santifican) y tienen todo
el derecho de no serlo.
    Envejecen, como nosotros, y ya no tienen piel ni senos de veinteañeras
(mirémonos el pecho también nosotros y los pies, las mejillas, los
poquísimos pelos), las hormonas les dan ciclos de euforia y mal genio, pero
son sabias para vivir y para amar y si alguna vez en la vida se necesita un
consejo sensato (se necesita siempre, a diario), o una estrategia útil en el
trabajo, o una maniobra acertada para ser más felices, ellas te lo darán, no
las peladitas de piel y tetas perfectas, aunque estas sean la delicia con la
que soñamos, un sueño que cuando se realiza ya ni sabemos qué hacer con todo
eso.
    Los varones machistas somos animalitos todavía y es inútil pedir que
dejemos de mirar a las muchachitas perfectas.. Los ojos se nos van tras
ellas, tras las curvas, porque llevamos por dentro un programa tozudo que
hacia allá nos impulsa, como autómatas. Pero si logramos usar también esa
herencia reciente, el córtex cerebral, si somos más sensatos y racionales,
si nos volvemos más humanos y menos primitivos, nos daremos cuenta de que
esas mujeres nuevas, esas mujeres bravas que exigen, trabajan, producen,
joden y protestan, son las más desafiantes y por eso mismo las más
estimulantes, las más entretenidas, las únicas con quienes se puede
establecer una relación duradera, porque está basada en algo más que en
abracitos y besos, o en coitos precipitados seguidos de tristeza. Esas
mujeres nos dan ideas, amistad, pasiones y curiosidad por lo que vale la
pena, sed de vida larga y de conocimiento.

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